Poeta lírico de juicios muy diversos y contrapuestos, fue a pesar de su precaria salud un incansable trabajador y propulsor de las letras. Figuró entre los cultivadores del siboneyismo y del criollismo, porque por encima de todo devino un devoto cantor de la tierra que lo vio nacer. Luaces incursionó en el teatro con piezas en las que merecen destacarse "El mendigo rojo", "Aristodemo", "El fantasmón de Aravaca", "El becerro de oro" y "Una hora en la vida de un calavera", única de sus obras teatrales que llegó a ser estrenada en vida del autor. Hizo traducciones y colaboró en los principales periódicos y revistas de la época.
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