La coyuntura para la lucha no podía ser más propicia: en España reinaba el caos, las tropas napoleónicas ocupaban el país y Fernando VII había abdicado. Los vínculos de sometimiento de la metrópoli sobre su colonia se habían debilitado, y un grupo de nobles y burgueses ecuatorianos ilustrados, inconformes con el dominio español, se levantaron contra el gobierno, establecieron una junta soberana en Quito y depusieron al presidente. No obstante, la suerte de los promotores de este hecho fue adversa. De los virreinatos contiguos llegaron refuerzos contra ellos, y un año después fueron ejecutados, pero sus nombres pasaron a la historia de Ecuador como los patriotas del 10 de agosto de 1809.
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