Aquella mañana cuando varios centenares de jóvenes salieron a las calles a combatir la tiranía,
el pueblo santiaguero, que los vio luchar como símbolo de la Cuba nueva, los vitoreó, apoyó y alentó solidariamente. Ese día entregaron sus vidas José Tey, Otto Parellada y Antonio Alomá, los primeros en caer en la nueva jornada que se iniciaba, la primera sangre que bautizó el uniforme verde olivo del naciente Ejército Rebelde.